El abuelo de Irene

La gente le pregunta a veces que por qué quiere tanto a su abuelo, por qué lo admira tanto, por qué no puede vivir sin él. Ni siquiera ella lo sabe, pero lo que sí sabe es que es la persona más importante en su vida, y que se podría quedar un millón de años abrazada a él. A veces, me confesó un día, se quedaba mirándolo con admiración sin decir nada, observando cada uno de sus movimientos, fijándose en sus rasgos y sus expresiones, su manera de hablar, pero sobre todo su manera de reírse. Irene es una aficionada a ver reír a su abuelo, le encanta escucharlo de fondo cómo se ríe con cualquier película, de vaqueros o simplemente con las noticias de antena tres. Le encanta ver como intenta acertar las palabras del rosco de Pasapalabra y suelta un “ohh” al unísono del público del programa cuando el concursante falla. Él es un hombre feliz, feliz por todo. A Irene le encanta irse a trabajar y a estudiar con un beso de su abuelo deseándole los buenos días. Además él, tiene la virtud (aunque los médicos aseguren que es una enfermedad) de estar un poco sordo y escuchar simplemente lo que él quiere, por lo que las cosas vanas que le puedan decir no le afectan. Irene es capaz de sacar una historia sobre su abuelo de todas las conversaciones posibles que hubiera en el mundo, por lo que todos sus amigos conocen a su abuelo: sus amigas íntimas, los compañeros de trabajo, los compañeros de universidad… Además, la admiración es contagiosa, pues Irene habla tan bien de su abuelo que sus amigas y compañeras quieren conocerlo.

El abuelo de Irene, quiso engrandarse más, y se apuntó a un centro para estudiar. Irene por supuesto lo apoyó, lo ayudó en lo que pudo para que entrara, estudiaban juntos, repasaban juntos y comentaban algún que otro libro. Hasta que un día, Irene fue a buscar a su abuelo al colegio y todas sus compañeras le preguntaron que quién era. A lo que el abuelo respondió “Es mi nieta Irene, de la que tanto os he hablado” y ella sonrió.